lunes, 30 de mayo de 2016

Abreviemos de razones. Diego Martínez, mi padre, que un hombre ha entrado dentro mi aposento sabe; y así quien mancha mi honra con la suya me la lave; o dadme mano de esposo o libre de vos dejadme. Mirola Diego Martínez atentamente un instante, y echando a un lado el embozo repuso palabras tales: _Dentro de un mes, Inés mía, parto a la guerra de Flandes; al año estaré de vuelta y contigo en los altares. Honra que yo te desluzca, con honra mía se lave, que por honra vuelven honra hidalgos que en honra nacen. _Júralo _exclamó la niña. _Más que mi palabra vale no te valdrá un juramento. _Diego, la palabra es aire _¡Vive Dios que está tenaz! Dalo por jurado y baste. _No me basta, que olvidar puedes la palabra en Flandes. _¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes? _Que a los pies de aquella imagen lo jures como cristiano del Santo Cristo delante. Vaciló un punto Martínez mas porfiando que jurase llevole Inés hasta el templo que en medio la vega yace. Enclavado en un madero, en duro y postrero trance, ceñida la sien de espinas, descolorido el semblante, veíase un crucifijo teñido de tanta sangre, a quien Toledo devota acude hoy en sus azares. Ante sus plantas divinas llegaron ambos amantes. Y haciendo Inés que Martínez los sagrados pies tocase, preguntóle: "Diego, juras a tu vuelta desposarme?" Contestole el mozo: "¡Sí, juro! Y ambos del templo se salen.

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