domingo, 1 de mayo de 2016
Sé que has vivido muchas cosas duras, que has sufrido en muchos aspectos y sé que conmigo tuviste las ganas de, por fin, hacer algo muy bien y que viste la oportunidad de curar viejas heridas a través de la maternidad porque, ¿acaso no enriquece y hace crecer a alguien como persona el saber que estás criando y alimentando a un bebé del mejor modo que se puede? ¿Acaso no supone una motivación y un orgullo saber que estás dando lo mejor de ti para hacer de tus hijos personas de bien? ¿Acaso no es el compartir, el dar, el ofrecer lo mejor de una el momento en que se cierra el círculo perfecto entre lo que uno es y lo que el otro puede llegar a ser? Porque cuando una es madre lo mejor que puede ofrecer no son juguetes, ni regalos, ni la mejor ropa, sino su cariño, su tiempo y su amor. Y esto, aunque quede mal decirlo, no todas las madres (ni todos los padres) lo dan del mismo modo. ¿Que por qué digo esto, mamá? Pues porque quiero que sepas que el día que no estés, el día que me faltes, el día que te vayas, tu legado permanecerá en mí para siempre. Tus palabras, tus besos, tus caricias, tu cariño... y tus imperfecciones. Todo ello quedará en mí, en mi aprendizaje, en mi vida, en mi manera de ser, y yo lo transmitiré también a mis hijos para que, en cierto modo, cada nueva generación sea un poco de quien tú eres.
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