domingo, 5 de junio de 2016
_Capitán, idos con Dios,
y dispensad que, acusado,
dudara de vuestro honor.
Tornó Martínez la espalda
con brusca satisfacción,
e Inés, que le vio partirse,
resuelta y firme gritó:
_Llamadle, tengo un testigo.
Llamadle otra vez, señor
Volvió el capitán don Diego,
sentose Ruiz de Alarcón,
la multitud aquietose
y la de Vargas siguió:
_Tengo un testigo a quien nunca
faltó verdad ni razón.
_¿Quién?
_Un hombre que de lejos
nuestras palabras oyó,
mirándonos desde arriba.
_¿Estaba sobre un balcón?
_No, que estaba en un suplicio
donde ha tiempo que expiró
_¿Luego está muerto?
_No, que vive.
_¡Estáis loca, vive Dios!
_¿Quién fue?
_El Cristo de la Vega,
a cuya faz perjuró.
Pusiéronse en pie los jueces
al nombre del Redentor,
escuchando con asombro
tan excelsa apelación.
Reinó un profundo silencio
de sorpresa y de pavor,
y Diego bajó los ojos
de vergüenza y confusión.
Un instante con los jueces,
don Pedro, en secreto, habló,
y levantose diciendo
con respetuosa voz:
"_La ley es ley para todos;
tu testigo es el mejor,
mas para tales testigos
no hay más tribunal que Dios.
Haremos... lo que sepamos;
escribano, al caer el sol
al Cristo que está en la Vega
tomaréis declaración."[...]
Está el Cristo de la Vega
la cruz en tierra posada,
los pies alzados del suelo
poco menos de una vara;
hacia la severa imagen
un notario se adelanta,
de modo que con el rostro
al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
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